HONRAR AL MASCULINO
Honrar al masculino, al masculino bien entendido, el entendido como consciencia, energía contenedora, presencia, dirección, acción... ese masculino sano que se atribuye a la figura del hombre y que habita en cada hombre y en cada mujer. Ese masculino tan necesario en nuestra sociedad y para el crecimiento de todos como lo es el femenino que existe tanto encarnado en los hombres como incorporado, en mayor o menor medida en las mujeres.
No hablo del masculino como tradicional y anticuadamente se entiende. De hecho, pretendo romper con ese conjunto de características que a nivel socio-cultural establece un patrón de lo que se espera de un hombre. Encajar en ese patrón esperable, pre-determinado y limitante, es el lo que dervitúa el masculino más esencial, entendido como Yang, o energía activa para el orden universal (lo mismo ocurre con el femenino). A lo largo de la historia se han ido determinando los roles, las características y las funciones a modo cada vez más estereotípico de lo que supone ser “hombre”, y por el camino, se ha malentendido lo que significa el masculino concibiéndolo como algo, que muy a menudo y de manera lamentable se relaciona de manera simplificada con lo dañino, violento, agresivo, bruto, básico, simple, insensible, inexpresivo... y esto aleja, aleja del propósito más existencial del masculino tanto a mujeres como hombres: Aleja a mujeres por temor al masculino y toda la historia de opresión y violencia por cuestiones de género que se ha dado y se sigue dando; no sin consecuencias y reacciones por parte del colectivo femenino produciendo: separación, rivalidad, desencuentro y diferenciación en lugar de acercarse al encuentro, la reconciliación, la integración, el perdón y el amor en su sentido más amplio y puro. Aleja a hombres de ellos mismos y de su esencia sensible y consciente; pues ciertos mandatos sociales que les impide compartirse desde la sensibilidad y la profundidad que realmente sienten, expresar su emociones o conectar con su vulnerabilidad. Curiosamente, estas son virtudes que permiten encontrar la verdadera fortaleza en el hombre las de la presencia con consciencia sosteniendo la energía. Y ahí está, por lo menos para mí, lo más preciado y valioso del masculino: un ser humano sagrado, bello, impresionantemente digno e imponente con la capacidad de destruir(se) para re-construir(se); y con el potencial de equilibrarse con el femenino como energía tan opuesta como necesaria para la homeostasis natural y el bienestar interior. Lo que ocurre y me encuentro en consulta, tanto individual como de pareja, es que aparecen hombres con la actitud para mí admirable de querer desvincularse de la masculinidad malentendida, esa masculinidad más dura, anti-dependiente, dominante, juzgadora y egoísta. Y supone un proceso dificultoso de re-encontrarse con ese masculino divino al que quiero honrar en este artículo. Esa transformación que aparece al conectar con la esencia más vulnerable y se convierte en el verdadero empoderamiento de lo viril. De ahí, surge de manera natural y orgánica la seguridad en uno mismo, la fortaleza, el poder sin imponer, la libertad, la acción, la dirección y la autonomía. Cuando he tenido el gran honor de poder presenciar ese tránsito del hombre en contacto con él mismo y la masculinidad, es cuando nace en mí profunda admiración y encantamiento por ese hombre tanto en genérico como en particular, sin importar su clase social, su aspecto, su tendencia y/o identidad sexual, su edad, su origen, su religión, su profesión, su personalidad... va mucho más allá, alcanza lo más divino en el sentido de la mayor de las excelencias. Y es entonces, cuando se me ha llegado a dibujar en la cara la sonrisa más amplia y sincera, bañada de suaves lágrimas de emoción y agradecimiento; agradecimiento a cada hombre que ha pasado de una manera u otra por mi vida. Por eso, esto está dedicado a TODOS LOS HOMBRES ¡GRACIAS A TÍ, HOMBRE! POR SER, ESTAR Y EXISTIR