Nunca perdimos nada: Sobe el duelo y la pérdida
De lo más hermoso que he oído nunca en cuanto pérdidas es algo que dijo Jessica Walker “Nunca perdimos nada”. Y es que, si estamos presentes, no perdemos nada, sólo nos perdemos cuando nos vamos del presente. Y la vida lo único que hace es darnos experiencias que van quedando impregnadas en nosotros, y siempre nos acompañan por lo que, no es posible perder. Popularmente, sería la idea de “que nos quiten lo bailado”, algo que nadie nunca nos puede arrebatar porque toda experiencia, queda en nosotros/as.
La pérdida, tal y como yo la veo, es concepto del Ego que ha aprendido y cree firmemente que el sentido de la vida es ganar/mantener algo (o a alguien) y cuando no es así, es una pérdida, siendo perder, un fracaso. El duelo, sería el dolor (del que se puede hacer sufrimiento si no se le atiende de la manera que requiere) con la que nos puede llegar a torturar esta idea. Tal y como yo la vivo, el duelo por pérdida, es todo aquello que siento que estaba conmigo y ya no está. No sabría decir si son pérdidas exactamente de algo o alguien, o más bien de ese momento presente al que me apego y que inevitablemente se desvanece a cada instante, como no puede ser de otra manera. La tendencia en nuestra sociedad es a apegarnos a aquellas personas, objetos o situaciones que nos producen bienestar. Lo que más he observado es una tendencia a la dificultad de contacto por temor a la retirada, y la experiencia en situaciones de terapia facilitan el contacto de calidad, lo que directamente hace desaparecer el sufrimiento por la retirada. Esto ocurre porque en un contacto de calidad se produce tal nutrición, que la retirada no se vive como algo que quede como a medias o forzado, sino que es, como solemos decir “una retirada organísmico”. Entonces, la llamada pérdida no es tanto pasar de la existencia a la inexistencia como transitar el cambio que fluye sin más por naturaleza, así que, se trata de seguir sensibilizando al cuerpo y reeducar a la mente en ese proceso de perder el miedo al contacto por el temor a sufrir la retirada. Puede que haya dolor, y eso es lo natural. De hecho, lo artificial, es esa costumbre que tenemos en nuestra sociedad de convertir el dolor en sufrimiento de manera muy perversa con nosotros mismos. Sin embargo, es a su vez, una buena defensa porque desde esta perspectiva, el sufrimiento está para que verdaderamente se atienda al dolor en lugar de ignorarlo o acallarlo. Suelo entender que el sufrimiento es “la pataleta” del dolor, que muchas veces pretende reclamar atención y es censurada. Hasta donde he llegado, lo que veo a este respecto es que, cuando se reconoce, acepta y abraza el dolor, es cuando el sufrimiento acaba desapareciendo. Así pues, hasta donde llega mi experiencia, lo que sana y verdaderamente ayuda es conectar desde el dolor y de manera auténtica, es cuestión de permitirse abrir el corazón y entonces, quedan mostradas las heridas. Esas heridas dolorosas desde donde, citando a Rumi, entra la luz. Entonces, el enfoque en el acompañamiento a una persona que se enfrenta a una pérdida o duelo significativo, el valor principal de entre todos los que envuelven la terapia, es el estar presente en la relación con esa persona de cuantas más maneras sea posible. Según he aprendido cuando hay duelo, es “la presencia a una ausencia” (Carmen Vázquez). Así que, hasta que la persona encuentre sus medios resilientes y presentes, y llegue a aceptar esa ausencia con lo que para ella pueda suponer, lo mejor que se puede hacer es que se mantenga en relación con una presencia de calidad, en lugar de relacionarse con una ausencia que tenemos presente.